En un mundo cada vez más globalizado y con una brecha social cada día más grande, nace el interés por tratar de ayudar a lo que erróneamente se denomina “tercer mundo”.

Hace varios años, para poder realizar un voluntariado era necesario contar con un perfil que encajase con el buscado por la ONG, una formación adecuada y además contar con tiempo suficiente para que la estancia fuese lo más fructífera posible. Sin embargo, ante esta creciente necesidad de “ayudar” o ante la demanda de “experiencias enriquecedoras” surge este nuevo modelo de negocio, el volunturismo. Varias empresas, esta vez con ánimo de lucro, funcionan como agencias de viajes. Tan solo piden elegir unas fechas y un país preferido a los interesados (entre 1 y 4 semanas normalmente). No es necesario ninguna habilidad previa ni una entrevista personal, únicamente abonar el coste del viaje y de la estancia que suele situarse entre los 1000 y 4000 euros dependiendo del destino. Estas entidades suelen prometer viajes inolvidables a la vez que realizas un buena acción o experiencias que te cambiarán la vida para poder atraer sobre todo a una población joven de clase media-alta e incluso a familias que buscan el aprendizaje de sus hijos.

Pero entonces, ¿cuál es el problema con el volunturismo? Las empresas convierten los países receptores de voluntarios en su oportunidad económica. El trabajo realizado por los voluntarios reduce el comercio local y las oportunidades laborales de las personas de la zona. Además, es muchas veces un trabajo deficiente debido a la falta de formación de los volunturistas. Una perfecta ilustración de esto sucedió este año en la isla de Lesbos, donde cientos de voluntaristas sin formación se vieron obligados a solventar crisis serias e incluso realizar falsas promesas sobre solicitudes de asilo. Muchas de las personas refugiadas aseguraban que los voluntarios trataban de asumir un rol de autoridad e incluso llegaban a tratar de cambiar ciertas costumbres.

Sin embargo, una de las peores partes se la llevan los más pequeños. En esta misma isla, varios niños comenzaron a desarrollar dependencia de los voluntarios, quienes rotaban durante todo el año y producían una sensación de abandono que puede conllevar graves secuelas en su desarrollo. Lo mismo ocurre con el volunturismo a orfanatos, el cual se ha convertido en un gran negocio y muchas familias pobres deciden llevar a sus hijos allí a cambio de algo de dinero.

Otro ejemplo del impacto negativo de estos viajes lo podemos ver tras la devastación en 2013 del campo de refugiados de Ban Mae Surin. Desde ACNUR Tailandia denuncian la actuación de muchos de los voluntarios quienes asaban en el campo o se bañaban en el río en vez de realizar la labor para la que altruistamente se habían desplazado.

Por tanto, debemos siempre asegurarnos de qué entidad está ofertando estos viajes, cual es el trabajo a realizar, si tenemos la formación necesaria para llevarlo a cabo y, sobre todo, si realmente estamos ayudando a la población local o simplemente nos estamos ayudando a nosotros mismos.

Autora: Nekane Estalayo Paul

 

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