¿Alguna vez te has planteado cómo sería vivir sin nacionalidad? Seguramente no, y no es extraño que no lo hayas hecho. Para la mayoría de nosotros, la nacionalidad es algo que obtuvimos de forma innata y algo por lo que nunca tuvimos que preocuparnos, pero esta realidad no es la misma para todos. Se estima que más de 10 millones de personas en el mundo no son ciudadanos de ningún país, no tienen nacionalidad; es decir, son apátridas.

La nacionalidad nos conecta con un Estado -o con varios, en el caso de tener nacionalidad doble o múltiple-, nos reconoce legalmente como personas, imponiéndonos ciertas obligaciones, pero también otorgándonos una serie de derechos fundamentales. Derechos que las personas apátridas no ven respetados. Quienes viven bajo esta condición se encuentran en una situación de total desamparo y vulnerabilidad: no tienen acceso a servicios básicos como la educación o la sanidad, no pueden tener un trabajo reglado, ni casarse, ni comprar una propiedad, tampoco pueden participar en la vida política del país donde residen y, al no tener documentos, tampoco tienen libertad de movimiento, ni cuentan, en caso de necesitarla, con la protección diplomática por parte de ningún Estado. Esta situación los deja totalmente expuestos a una realidad marcada, en la mayoría de los casos, por la pobreza, marginalidad y discriminación. Todo ello favorece a que los apátridas puedan llegar a ser víctimas de trata, desplazamiento forzado o persecución.

Hay muchos motivos por los que una persona puede ser apátrida: desde su nacimiento, si este no es registrado; o a lo largo de su vida, si el Estado lo priva de su nacionalidad o si cambios en el territorio o en la soberanía del mismo provocan una pérdida de nacionalidad. Pero, sea cual sea el caso, en todos subyace una causa en común: la discriminación.

Esta discriminación puede darse por motivos raciales o étnicos, religiosos y/o políticos, pero también por leyes y políticas de nacionalidad desiguales entre sexos y ciertas prácticas sociales y culturales discriminatorias, que convierten a la discriminación de género en una de las causas principales de la apatridia.

A pesar de que, el derecho internacional y la mayoría de leyes nacionales reconocen la no discriminación por cuestiones de sexo como un principio básico, según ONU Mujeres, más de 2 mil 500 millones de mujeres y niñas por todo el mundo han sufrido o sufren de leyes discriminatorias y de falta de protección legal.

Actualmente en 25 países, las mujeres no tienen el mismo derecho que los hombres a pasar la nacionalidad a sus hijos, estando en 6 de ellos totalmente prohibido que un hijo adquiera la nacionalidad de la madre. De este modo, las probabilidades de que el niño o la niña crezca sin nacionalidad aumentan mucho en estos países, especialmente cuando el padre no puede o no quiere asistir en la adquisición de nacionalidad, o cuando no se puede establecer ninguna relación legal con él.

Algo similar ocurre con el matrimonio. Solo en África, 24 países no permiten a las mujeres pasar su nacionalidad a sus maridos, mientras que ellos pueden pasar su nacionalidad a sus mujeres. Así, a pesar de ser la forma más común de obtención de nacionalidad en la adultez, el matrimonio sigue siendo discriminatorio en muchos países. De esta práctica es importante recalcar que, a pesar de que el impacto negativo recae directamente sobre los hombres, se basa en el estereotipo de que la unidad familiar se debe preservar por encima de todo y que, para ello, es el marido el que decide dónde vivir y que, por tanto, probablemente el lugar de residencia para ambos será el país de origen del hombre y no el de la mujer.

De esta idea también deriva otra forma de discriminación de género que provoca apatridia: la nacionalidad dependiente. Esta ocurre cuando una mujer se casa con un hombre extranjero y automáticamente adopta la nacionalidad de este, incluso perdiendo la suya en algunos casos. Esto no solo deja a la mujer en una situación de total dependencia de su marido, sino que además puede ser causa de apatridia. Si él pierde su nacionalidad, ella también lo hará. Además, algunas leyes especifican que la mujer solo tendrá la nacionalidad del marido durante el matrimonio. Por tanto, si este muere o el matrimonio acaba, y su país de origen no le permite volver a adquirir su nacionalidad previa, la mujer quedará apátrida.

Estas limitaciones legales, que están presentes en países de todo el mundo -exceptuando Europa-, además de aumentar el número de personas apátridas, convierten a las mujeres en ciudadanas de segunda clase y demuestran el poco interés que tienen los Estados en que estas contribuyan libremente en la sociedad. Pero no solo las leyes son las causantes. Actualmente, siguen existiendo multitud de prácticas discriminatorias con consecuencias similares. Las restricciones e incluso prohibiciones que sufren las mujeres a la hora de registrar el nacimiento de sus hijos -realidad muy común en los países del Golfo Pérsico- o la discriminación presente en los procesos de naturalización, son solo algunos ejemplos. Además, problemáticas como el tráfico sexual, el conflicto o el desplazamiento, ante las cuales las mujeres y las niñas son especialmente vulnerables, también generan que muchas pierdan su nacionalidad.

Por todo esto, es importante entender la discriminación de género como una de las principales causas de apatridia en el mundo. No se deben pasar por alto las gravísimas consecuencias que conlleva, no solo para las propias mujeres, sino también para sus familias.

Autora: Helena García

Autor de la imagen: Ehimetalor Akhere Unuabona en Unsplash

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