Me tomo el privilegio de escribir en este blog con un tono poético, a modo de reflexión e inspiración, tanto para mí, cómo para el lector, y sin intención alguna de ser imparcial, ya que según dicen, ​en la imparcialidad ganó el opresor.

Como primera publicación del año y mi primera publicación en Acampa, me gustaría empezar recordando el 10º aniversario de una primavera hecha invierno, un movimiento fallido y que resultó en una de las ​razones por las que Acampa existe.

El 17 de diciembre del 2010, ​Mohamed Bouazizi ​fue despojado por la policía de Túnez de sus mercancías y cuentas de ahorros, quemándose a lo bonzo a modo de protesta. Sin embargo, no fue hasta el 2011 cuando la ​Primavera Árabe ​se inició de manera oficial. Bouazizi representó en llamas a un pueblo ahogado por las injusticias, las desigualdades sociales, la pobreza y, a grosso modo, a un pueblo que había dicho “basta” ​a la falta de derechos y libertades fundamentales. ​La oleada de protestas fue desde Marruecos hasta Oriente Medio al grito de: “Ash-shab yurid isqat an-nizam”: el pueblo exige la caída del régimen.

Sin saberlo, Bouazizi, inició una revolución sin precedentes, que marcaría la memoria e identidad de los árabes para siempre.

Tiempo después, me encontraba viendo el telediario antes de que la pandemia mantuviera ocupados a los medios de comunicación, y sentía que la llegada de inmigrantes y refugiados a Europa era la única información que veíamos cada segundo, cada minuto, hora y día.

De manera subliminal, el bombardeo de imágenes constantes, el guiño al terrorismo y la demonizada llegada de refugiados e inmigrantes ilegales en pateras habían creado un estado de alarma y miedo en el ciudadano medio. Miedo absorbido por los partidos populistas, cuyo único discurso era que ​el continente y España estaban siendo invadidos.

Yo contaba con la ventaja, y desventaja, de ver la situación en contraste, tener sangre marroquí bajo una identidad que me costó entender, forjar y aceptar por tantos años: la hispano-marroquí, y de la que a día de hoy me siento orgullosa. He tenido la suerte de haber nacido en un ámbito bilingüe, tener nociones básicas en educación islámica en mi vida privada por un lado y educación pública por otro, y haber conocido y trabajado con refugiados por tanto tiempo, me han ayudado a desmentir muchas de las afirmaciones que se oían en televisión, y a educarme sobre la eterna guerra de civilizaciones y el debate de ​”ellos” o “nosotros”. 

El privilegio que me concedía haber nacido de forma fortuita en España, en democracia, con garantías constitucionales, sin haber tenido nada por lo que luchar, temer o llorar, y la frustración de escuchar el discurso constante de odio de aquellos que rechazan al diferente, por pobre y débil más que por diferente, o esa forma con la que se referían a los refugiados, de forma tan inhumana, humillante, dolorosa y vergonzosa de dirigirse a una persona sin medios económicos para llegar de forma segura y digna a un país, me llevaron a preguntar una vez y no más a alguien que en aquél momento se encontraba en situación irregular en España: ¿Y por qué no luchar por vuestros derechos en vuestros países de origen? Su respuesta: ¿Quieres que nos pase cómo a Siria?

Siempre es más fácil hablar de derechos cuando disfrutas de ellos. Siria ejemplificó, y se convirtió, en todo lo que no deseas a nadie ¿Eran valientes o cobardes por dejarlo todo y huir? ¿Tenía sentido seguir luchando? Cuando reina el caos, ¿a quién buscamos derrocar?

Siria dio paso a ver niños ahogados en nuestras costas, a hacer del ​Mar Mediterráneo una fosa común, a convertir los ​campos de refugiados en tierras hostiles donde lo único que previene al hombre de morir congelado es una tienda de campaña, dónde se activa el instinto de supervivencia, los amigos pasan a ser conocidos, y la sensación de inseguridad es constante. Siria se convirtió en la pesadilla que ningún árabe querría para su patria, familia ni para sí mismo.

¿Valió la pena la primavera? Sus inicios parecían prometedores desde mis ojos de niña de 10 años. ¿Pero estaban los árabes preparados para ese cambio? ¿Era una transición realista?¿En qué fallamos?¿Cuántos años tienen que pasar para que volvamos a ver estabilidad sin contar el tiempo que necesitamos para volver a ver la paz? ¿Estaría el árabe dispuesto a pasar por otra primavera? De ser así ¿qué cambiaría?

Cuando prohibieron al árabe soñar, yo dije que la primavera seguiría mientras los que no ganamos, ni perdimos nada, luchemos por los derechos de todos aquellos que no pueden o ya no están, con la educación por arma y la pluma por bala, luchando por la libertad, la igualdad, la justicia, la paz y la democracia ya que ​podrán matar al hombre, pero jamás la idea. El sueño por la primavera es más fuerte que nunca. Después de 10 años nada ha cambiado, y mucha sangre se ha derramado. El cambio será de las instituciones o la revolución vendrá del pueblo.

Larga vida a los pueblos que hoy sangran, a los que vieron a sus hijos morir. Larga vida a los desplazados, los refugiados, los “ilegales”, los que permanecieron humanos durante la barbarie. Larga vida a Libia, Siria, Palestina, Yemen, Irak y Sudán.

¿A qué huele la primavera? A una brisa suave, a una caricia, a flores frescas, a la risa de mi madre, a libertad, felicidad y paz.

Después de todo lo bueno y malo tras el invierno siempre vuelve la primavera.

Larga vida al pueblo árabe.

 

 

Autora del artículo: Asma El Kanfoudi El Boutuya

Autora de la imagen: Gerd Altmann

 

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