A día de hoy, la crisis de refugiados sigue latente. El Covid-19 no ha parado el tiempo y miles de personas siguen luchando por encontrar una vida mejor, a salvo de las guerras, el hambre, la pobreza y la inseguridad. Entre ellas se encuentran niños y niñas, las personas más vulnerables del mundo. Según los datos recogidos por Unicef, 28 millones de niños y niñas han sido forzosamente desplazados de sus hogares por conflictos y violencia. Y no solo eso, sino que además, 20 millones adicionales han migrado por otros motivos (socioeconómicos, ambientales, culturales, etc.). Todo ello suma casi 50 millones de niños y niñas desarraigados, lejos de sus hogares y expuestos a las peores formas de abusos y privaciones, no sólo durante el peligroso tránsito, sino también a la llegada al país receptor.
Aún somos muchos quienes desconocemos la extensión de este problema al que se enfrenta la infancia, reconocida el futuro del mundo. En Acampa Madrid queremos ofreceros 5 datos clave, una imagen general de esta problemática.
1. Casi la mitad de refugiados y desplazados son menores.
1 de cada 8 migrantes es un menor y 1 entre 3 niños y niñas que viven fuera de su país de nacimiento es un refugiado, según los datos recogidos por ACNUR. Existen distintas razones por las que se dan estas cifras, generalmente económicas, culturales, guerra y conflicto, acceso limitado a recursos y servicios básicos y la discriminación. La más común: la preocupación de los padres porque sus hijos estén a salvo y sean felices en una vida mejor. Otras veces, son ellos mismos quienes deciden marchar huyendo de los peligros en sus países, como es el caso de miles de jóvenes que dejan Eritrea huyendo de la violencia terrorista, trabajos forzados y el servicio militar nacional. Muchas veces viajan solos, generalmente por la imposibilidad de sus familias de costearse el trayecto o su ausencia, o pierden a sus acompañantes en el camino. Arriesgan sus vidas y su infancia, sólo por encontrar refugio.
2. Los menores son más vulnerables al abuso y otras formas de violencia graves.
Emigrar de forma segura no es fácil y mucho menos para los menores. Existen pocas vías seguras para lograr reunirse con sus familias o pedir asilo y por tanto, muchos se ven obligados a ponerse en manos de traficantes, quienes se aprovechan de su inocencia y desconocimiento, o arriesgar sus vidas por rutas peligrosas para llegar a su destino. Si bien los niños refugiados han sido identificados como las principales víctimas de la explotación en el mercado laboral, las niñas refugiadas de entre 13 y 18 años han sido los principales objetivos de la explotación sexual.
En más de 100 países cientos de niños y niñas son injustamente detenidos en prisiones, instalaciones militares, centros de detención de inmigrantes o centros de asistencia social; en muchos países sin un límite de tiempo establecido. Como consecuencia, se ven privados de sus derechos humanos básicos como el derecho a la salud (física y mental), la educación, la privacidad, la libertad y el ocio. En algunos casos, son detenidos en prisiones adultas y sometidos a un régimen más severo y violento.
En los campos de refugiados la situación no es mejor, pues muchos operan a niveles inferiores a los estándares aceptables. Allí, se exponen a graves enfermedades derivadas de la falta de saneamiento, el hambre y la sed, así como el estrés psicológico al que son sometidos, muchas veces derivando en trastorno de estrés postraumático o TEPT. Los menores no acompañados también pueden sufrir acosos y asaltos por parte de los guardias y compañeros en el campo, un peligro que se multiplica cuando estas instalaciones alojan miembros de las fuerzas armadas quienes tratan de utilizar la oportunidad para reclutarles o secuestrarles.
3. Los niños y niñas se enfrentan a dificultades particulares en los países receptores.
A su llegada al país de destino, millones de niños y niñas se enfrentan a grandes retos de adaptación e inserción en una nueva cultura que les obliga muchas veces a redefinir su identidad. Sin embargo, son sólo un limitado número de menores refugiados a quienes se les permite comenzar una nueva vida; la gran mayoría vive en los Campos a la espera de poder regresar a sus hogares.
Los menores no acompañados, que alcanzaban los 100.000 en 2015, enfrentan graves dificultades durante todo el proceso de asilo, siéndoles mucho más complicado el obtenerlo. Con sus pocos o inexistentes recursos y capacidades y su desconocimiento del idioma, no pueden encontrar una representación legal adecuada y defenderse durante el proceso de solicitud. Además, al carecer de los documentos necesarios para acceder legalmente a un país anfitrión, a menudo se mantienen bajo el radar, en la ilegalidad y sin protección alguna por miedo a ser deportados a los países de los que buscan alejarse. Sin un estado documentado, no pueden acceder a la educación, atención médica y servicios básicos. Por ello, se ven forzados a acudir a trabajos peligrosos o participar en actividades criminales, abuso de drogas y alcohol, lo que puede tener efectos de largo alcance en su salud física y mental.
4. Los menores en movimiento sufren las consecuencias de la privación de su infancia y educación.
Los menores desplazados y refugiados se ven obligados a crecer, hacerse adultos, antes de tiempo. No pueden disfrutar de su infancia, de ser niños y que su única preocupación sea el juego, del amor familiar ni del crecimiento personal. La exposición prolongada y constante al estrés y la incertidumbre, característica de la situación a la que se enfrentan, y el “tiempo de desarrollo interrumpido” les provoca estrés tóxico (ansiedad, autolesiones, agresividad o suicidio), depresión o el mencionado TEPT. Un estudio ha demostrado que la prevalencia de TEPT en niños y niñas refugiadas oscila entre el 19% y el 54%, con un promedio del 36%, siendo más vulnerables a la disfunción mental cuando están separados de sus familias. Estas deficiencias de salud mental antes y durante su reinserción en una nueva sociedad aumentan la posibilidad de ser estigmatizados por otros niños y adultos. Además, muchos menores refugiados desarrollan una desconfianza a la autoridad y a su entorno, lo que les impide buscar y solicitar ayuda.
El informe, «Left Behind: Refugee Education in Crisis” publicado por ACNUR indica que mientras el 91% de los niños a nivel mundial asisten a la escuela primaria, esta cifra es del 61% para todos los refugiados. A medida que crecen, las tasas de matriculación escolar disminuyen: sólo el 23% de los adolescentes refugiados acceden a la educación secundaria, frente a la cifra global del 84%. En cuanto a la educación superior, la cifra para estos últimos se reduce a un 1%. La educación es crucial para el ajuste psicosocial y el crecimiento cognitivo de los niños y niñas refugiados, así como para su inserción total en la sociedad de residencia. Brindar la oportunidad de aprender y prosperar a través del aprendizaje les da las herramientas para llevar una vida plena, siendo esencial para la realización de otros derechos humanos.
Sin embargo, el acceso a la educación se ve dificultado por barreras legales, lingüísticas y la falta de recursos económicos, especialmente para las niñas. Aun cuando lo consiguen, ésta no es de calidad. Las escuelas carecen de los recursos necesarios para apoyar a los refugiados, particularmente para considerar su nivel , abordar sus necesidades de aprendizaje y solucionar los problemas de comunicación. Además, pese a los esfuerzos de numerosas agencias y organizaciones, en los campos de refugiados el acceso a una educación básica es extremadamente limitado y deficiente, y en muchos casos inexistente. Sin una educación básica y adecuada, privamos a millones de niños de un futuro próspero y seguro, y a nuestro mundo del progreso.
5. Estos niños y niñas carecen de protección efectiva ante el Covid-19.
Los niños y niñas migrantes, refugiados y desplazados son el grupo más vulnerable ante esta nueva amenaza, la pandemia de Covid-19. Con la llegada del coronavirus, el mundo se ha olvidado de las personas refugiadas y los mas pequeños sufren las consecuencias. El problema va más allá de la falta de servicios de agua y saneamiento, jabón, protecciones y medidas de seguridad adecuadas en campos de refugiados superpoblados. Las medidas de contención que han conducido al cierre de los servicios también les afecta. Dado su ya limitado acceso al apoyo y protección infantil, se ven expuestos a una mayor violencia en el hogar, residencias, establecimientos de acogida y en los mismos campos.
El cierre de las escuelas agrava aún más las vulnerabilidades de estos menores, pues las instituciones educativas les proporcionan un lugar de refugio y sirven de plataforma informativa y de crecimiento personal. Con la pandemia, este mecanismo de seguridad se pierde y, preocupantemente, es probable que algunos nunca regresen a la escuela. Además, la falta de acceso a las tecnologías y al internet, el tan conocido “digital divide”, les hace imposible sumarse a la educación online, por lo que existe un gran riesgo de que las desigualdades en la educación aumenten considerablemente.
Por último, la desinformación y la publicación de información errónea sobre la propagación del coronavirus excarcela aún más la xenofobia y la discriminación a la que ya se enfrentan los niños y niñas refugiadas. Esto no sólo les expone a mayores amenazas de violencia, tanto en la sociedad de residencia como al regresar a sus países de origen; sino que empeora su malestar psicológico, inestabilidad e inseguridad.
Los niños son increíblemente resistentes. Aprenden, exploran y juegan pudiendo encontrar formas de hacer frente a los problemas y salir adelante. Sin embargo, no pueden hacerlo solos. Es gracias a la increíble labor de las organizaciones internacionales y ONG en el ámbito infantil, mano a mano con autoridades nacionales y locales, quienes trabajan para proteger y encontrar soluciones para que estos millones de niños y niñas migrantes, refugiados y desplazados puedan reconstruir sus vidas. Juntos, podemos ayudar a restaurar su futuro.
Recordemos que los niños son los recursos más valiosos del mundo y su mejor esperanza para el futuro.
Autora: Maria Almela Gambin
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