La inseguridad y las dificultades dentro del proceso migratorio hacen que las mujeres sufran una doble vulnerabilidad y se vean expuestas a graves peligros sólo por el hecho de ser mujeres. Gran parte de ellas siguen manteniendo los vínculos familiares y estando expuestas a las desigualdades de género en los países de origen y los de destino. Estas desigualdades hacen que las mujeres migrantes sean invisibilizadas -y también su papel activo en la sociedad-. Una gran parte de los proyectos de migración de la mujer acaban en manos de la trata sexual y el trabajo forzado. Por ello debemos ser conscientes de que las migraciones tienen resultados positivos (mejora económica, oportunidad laboral y educativa…) pero también negativos (desintegración, castigo, vulneración de derechos…). Situaciones de peligro como la trata de mujeres suponen que es mejor para ellas quedarse en casa que emigrar, ya que el viaje puede ser extremamente peligroso.

Violencia sexual, discriminación, violencia psicológica, falta de acceso a la justicia, impunidad, revictimización, falta de recursos… y múltiples situaciones en las que las mujeres migrantes son víctimas debido a su género. Si es verdad que esto debe tenerse en cuenta y el proceso de migración para ellas necesita estar especialmente protegido, no debemos caer en la imagen de la mujer migrante como una persona débil. Normalmente han sido vistas como víctimas inocentes arrancadas de sus casas, coaccionadas, vendidas como esclavas o secuestradas. Pero incluso las mujeres migrantes más pobres, secuestradas o “vendidas”, escapan, encuentran redes de apoyo, buscan trabajo… y se adaptan a todo tipo de circunstancias. La feminización de la migración es un ejemplo de su capacidad y su fuerza, además de una nueva oportunidad para ellas.

Anteriormente el número de mujeres en los flujos migratorios era mínimo y en la mayoría de los casos formaba parte del proyecto migratorio del marido u otros hombres de la familia. Sin embargo, con la feminización de la migración ellas se han convertido en las protagonistas del proceso y en las actrices principales de sus vidas. La migración conlleva nuevas oportunidades económicas y una mayor participación de las mujeres en los espacios públicos, incluso una modificación de los roles tradicionales de género. Por ejemplo, cuando la mujer emigra el hombre -cuando no existen redes femeninas de apoyo- se ocupa de tareas reproductiva que hasta el momento no asumía.

El aumento de las mujeres en los flujos migratorios se debe principalmente a las transformaciones del mercado de trabajo. Nos encontramos con el ejemplo del boom migratorio Quito-Madrid entre 1998 y 2001, a causa del aumento de demanda de trabajo de cuidado de niños y niñas, limpieza y atención de personas mayores en España. Esto provocó transformaciones en las relaciones de familia, la relación de poder y género y la capacidad de crecimiento de la mujer. El hecho de que una mujer sea proveedora en una familia hace que mejore su estatus y aumente su poder de decisión.

Actualmente, las mujeres que emigran tienen un mayor acceso al mercado laboral. Muchas de ellas participan por primera vez en un trabajo remunerado tras la inmigración.  Envían parte del dinero a sus hogares de origen para mantener a sus hijos u otros familiares y muchas de ellas vuelven con ingresos a sus países de origen o consiguen traer a su familia con ellas. Pero esto no sólo tiene efectos económicos favorables: al emigrar adquieren nuevas ideas, símbolos y creencias, capacidades e independencia, lo que les proporciona una mayor libertad y confianza en sí mismas. Sería necesario ahondar un poco más y conocer cuáles son las interpretaciones de las propias mujeres migrantes de las normas y prácticas de género tras la migración. Es decir, la manera en la que perciben las relaciones laborales y familiares dentro de su contexto sociocultural. Uno de los factores más positivos de la feminización de la migración es el efecto que puede tener en su visión desde los países de origen. El éxito de la migración de una mujer sirve de ejemplo para otras mujeres, proporcionándoles valentía y confianza para atreverse a emigrar en busca de una vida mejor.

Por otro lado, la migración también puede segmentar las relaciones desiguales de género, ya que la renegociación de roles de género puede albergar una gran diversidad de posibilidades. Muchas de las mujeres migrantes se insertan en trabajos precarios y mal remunerados, en los que se encuentran invisibilizadas y aisladas de la esfera pública y los niveles más altos de poder. Además, en muchas ocasiones los hombres no aceptan los nuevos roles que desempeñan las mujeres y reaccionan con situaciones de depresión, alcoholismo, abandono de familia y violencia de género.

La migración presenta nuevas oportunidades para las mujeres, pero también un aumento de su vulnerabilidad o incluso, en algunos casos, de la desigualdad de género. Hay mujeres durante la migración que sufren sobrecarga de trabajo, desintegración de la familia de origen, violencia sexual, trabajos precarios… La migración es un fenómeno complejo en el que existen miles de escenarios posibles dependiendo del país, la cultura, la capacidad económica de la persona y las circunstancias en las que se realiza. Pese a su complejidad, podemos concluir que la feminización de la migración, y con ella la representación de nuevos roles, ofrece a las mujeres capacidad de desarrollo y recursos -como la educación- para superar los retos que se les presentan, a ellas y a mujeres de su entorno.

Por ello, es necesario valorar los aspectos positivos que aporta la integración de las mujeres, luchar contra la discriminación, fortalecer la capacidad de atención a las mujeres migrantes, y proyectar políticas que reconozcan los peligros a los que se enfrentan para poder protegerlas. Tratar la migración con una perspectiva de género es esencial para proteger los derechos de millones de mujeres migrantes.

Autora: Paula Pareja Ramírez

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