Una amenaza más para la supervivencia de las personas refugiadas y desplazadas.

En la huida de la guerra las personas refugiadas encuentran miles de obstáculos en su camino, estos pueden llegar a ser peligros mortales. El déficit alimentario, el consumo de agua contaminada, la deficiente cobertura de vacunación son compañeros de viaje y las posibilidades de contraer enfermedades como el paludismo, sarampión o infecciones respiratorias es muy alto. Pero ¿qué hay de las enfermedades mentales? ¿Quién les protege del estrés postraumático? ¿Cómo podemos garantizar una inserción segura si no contamos con atención psicológica?

El 28 de julio de 1951 se aprobó el Estatuto de los Refugiados. Desde entonces 147 naciones se han comprometido con la causa. Según el mismo, el gobierno del país receptor se hará cargo de los refugiados que entran en su territorio. Esto implica atención sanitaria, agua, víveres, higiene, alojamiento. Las mínimas necesidades básicas que garantizan una vida digna para aquellos que consiguen llegar a las fronteras y piden asilo. Incluso en el caso de que el Estado receptor no esté en lugar de disponer de estos recursos, le corresponde a ACNUR asistir con ayuda exterior y cubrir estas deficiencias.

Las consecuencias de esta migración esconden el miedo y una constante sensación de vulnerabilidad que conllevan graves secuelas para la salud mental. El trauma vivido puede dar resultado en estrés, depresión, pensamientos incontrolables, pesadillas, angustia y en los peores casos trastornos de identidad disociativo. Esta enfermedad es más común de los que nos pensamos. Se desarrolla en la infancia, cuando por culpa de los traumas sufridos la “personalidad” no se crea como una sola, sino que se fragmenta la identidad en múltiples. Los pacientes que sufren de trastornos de identidad no pueden controlar los cambios y el día a día puede convertirse en una aventura peligrosa. Cerca del 36% de los desplazados forzosos son niños, expuestos a este riesgo sin remedio. La falta de escolarización y de rutina estable también juega un factor en contra de ellos. En la infancia acontecen un sinfín de eventos vitales para la vida de un adulto y solo protegiendo su formación podemos asegurarles una salud mental sólida.

La depresión y la ansiedad son las enfermedades mentales más comunes encontradas en gente que ha sufrido una tragedia como el desplazamiento forzado de tu hogar, la huida a otro país y el periodo de adaptación. En muchos casos las familias se separan y es difícil encontrar el apoyo necesario para luchar contra el duelo y el estrés. Los síntomas de la depresión incluyen un estado de ánimo irritable, dificultad a la hora de conciliar el sueño, falta de apetito. En el caso de ansiedad, los pacientes sufrirán nerviosismo agitación, tensión… La sensación de pánico por un peligro inminente y real no es llevadera si no se aplican ciertas medidas para combatirlo y proteger a las personas que lo adolecen.

Podríamos seguir citando las terribles consecuencias que presenta el desarraigo y la estigmatización social, el maltrato y la inadecuada reagrupación familiar con las que conviven a diario las personas refugiadas, pero necesitamos buscar también sus soluciones.

Convenciones internacionales se han constituido a lo largo de los años para compartir propuestas que prometan un futuro mejor. Entre ellas, el Protocolo y Estatuto de los Refugiados de 1967 y la Convención de los Derechos del Niño. El derecho a la salud mental no está reconocido a nivel explícito, pero si es cierto que se menciona fugazmente en la Declaración Universal de Derechos Humanos, en su artículo 25.1. La obligación de proveer para los acogidos se mantiene como un valor internacional, pero la forma de actuar se mantiene como una competencia nacional por lo que cambia según el Estado de destino.

En España, distintas universidades de todo el país se unieron para realizar la Guía para la intervención psicológica con inmigrantes y refugiados en 2016. En ella se valora como actuar de forma correcta para comprender la barrera cultural, no dar nada por sentado, sino adoptar una actitud abierta, fomentar la autosuficiencia, sin juicios de moral y teniendo en cuenta la idiosincrasia de la persona. Establece una diferencia entre la atención psicológica adulta y la infantil.

Respondiendo a la pregunta de la introducción, la vía para garantizar la atención psicológica de los recién llegados reside en la responsabilidad de los gobiernos y en la denuncia ciudadana. El conocimiento da poder, al informarte ayudas, al aprender sobre la realidad fomentas la empatía necesaria para luchar contra las injusticias. Un futuro mejor nos espera. Sensibilízate.

 

 

Autora: Ana Nieto Santos

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