El agua es vida”. Una expresión tan común que puede hasta sonar a cliché, sin embargo, cargada de fuerza y de verdad.

Todos los seres vivos del planeta dependemos del agua para nuestra supervivencia. En el caso del ser humano, este elemento está presente en todos los ámbitos de nuestras vidas, desde la alimentación o la higiene, hasta la agricultura, la economía o el deporte. Hoy día, con la presente pandemia del Covid-19 el agua se considera aún más indispensable, siendo la principal medida de protección ante este virus el mantener una higiene apropiada.

Sin embargo, la escasez de agua, específicamente de agua dulce, se ha convertido en uno de los grandes retos para la humanidad, y especialmente, las regiones y poblaciones más vulnerables, entre las que se encuentran las personas refugiadas.

Como bien sabemos, la Tierra se compone en su gran mayoría de agua. Sin embargo, no es tan conocido que sólo alrededor de un 3% es agua potable, y de éste un 70% está congelado en glaciares y casquetes polares. En consecuencia, sólo una pequeña cantidad es de fácil acceso, aunque sigue siendo en principio suficiente para cubrir las necesidades de la población mundial. A pesar de ello, existen varios factores que contribuyen a la escasez y la dificultad de acceso de las personas al agua.

En primer lugar, el cambio climático, la gran amenaza de nuestra y las futuras generaciones. Sus consecuencias (inundaciones y sequías impredecibles, desprendimientos o aguas contaminadas) dañan fuentes de agua potable no mejoradas, como pozos y acuíferos, y reducen considerablemente la cantidad de agua disponible en la naturaleza. En segundo lugar, la falta de inversiones y de voluntad política para priorizar estos servicios, o la incapacidad del gobierno de proveerlos por causas socioeconómicas o conflictos bélicos, da lugar a infraestructuras poco confiables e insuficientes.

Además, el acceso limitado al agua potable también se ve afectado por otros factores no tan instintivamente relacionados como las profundas desigualdades sociales. La salud, la edad, la discapacidad, el género o la pertenencia a una etnia en particular dificulta en muchos países el acceso a este elemento vital. Todos se ven agravados y en muchos casos determinados, por la existencia de una desigual distribución de los recursos existentes a nivel tanto mundial o regional, como nacional.

Estas circunstancias afectan, entre otros, a las economías dependientes de la agricultura y fuerzan a los más pobres a consumir agua de fuentes poco fiables, poniendo en riesgo su salud, o a comprarla a precios desorbitados en el mercado negro. ¿Sabías que en algunos países consumir agua potable conlleva un gasto de hasta el 54% de un salario diario típico de bajo nivel, mientras que en Europa no alcanza el 0.3%?

Pero, uno de los principales desafíos sigue siendo “el gran desconocido”: la creciente violencia y conflictos sobre los recursos hídricos. El agua dulce no es la causa única de una guerra, pues estas comienzan por complejas razones económicas, políticas, ideológicas y/o históricas, siempre interconectadas. Lo que es indiscutible, y así lo han determinado 37 conflictos transfronterizos desde 1947, es su función como detonante de violencia, como arma de guerra y como víctima y objetivo de conflictos.

Como dijo António Guterres, Secretario General de la ONU, “el agua, la paz y la seguridad están inextricablemente unidas. No hay por qué hablar de los sucesos en Corea del Norte, donde la presa Hwacheon se abrió para frenar el avance de las fuerzas de la ONU, o de cuando Saddam Hussein envenenó y drenó el suministro de agua de los musulmanes chiitas del sur, para comprender cómo este recurso vital intensifica las disputas entre comunidades o naciones. Sólo tenemos que recordar el conflicto entre las comunidades autónomas de la España seca por el trasvase Tajo-Segura.

Existen estrategias para reducir estos conflictos que incluyen mejoras tecnológicas, opciones más sostenibles de suministro y demanda de agua y una amplia gama de herramientas legales, políticas e institucionales. Pero a menos que los gobiernos tomen medidas rápida y eficazmente, es probable que los riesgos de conflictos por este elemento continúen empeorando.

El agua es un recurso crítico para la vida, pero no respetamos ni somos conscientes de su valor. Las crecientes poblaciones, el consumo extremo, las economías en expansión, la contaminación generalizada, el cambio climático y la gestión y gobernanza débiles han dado lugar a una creciente escasez de agua dulce. La ONU advierte que, si los patrones actuales de consumo no disminuyen, dos tercios de la población mundial se enfrentará a la escasez de agua como una realidad diaria para 2025.

Este hecho nos afecta a todos, pero especialmente a los más vulnerables. Según la Organización Mundial de la Salud, se necesitan entre 15 y 20 litros de agua por persona al día para cubrir las necesidades básicas de salubridad y bienestar. Sin embargo, miles de personas, especialmente quienes residen en Campos de Refugiados, no tienen fácil acceso a fuentes de agua potable, comparten un único grifo, o no consiguen acercarse a esa cifra. Ahora más que nunca, la escasez es una gran amenaza para la vida humana, dejándoles desprotegidos ante la crisis del coronavirus.  

Como se le atribuye a Leonardo Da Vinci, “el agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza”. No podemos olvidar que nadie es capaz de llevar una vida digna sin agua, mucho menos superar una pandemia, y que todavía hay gente que no puede acceder a ella.

Responsabilidad, igualdad y solidaridad. Quienquiera que seas, estés donde estés, el agua es tu derecho humano. Cuídala.

Autora: Maria Almela Gambin
Fecha: 19/04/2020

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