Con la introducción preambulatoria “Nosotros los pueblos …” comenzaba a formalizarse de nuevo la promesa malograda de la antigua Sociedad de Naciones, y se proclamaba a los cuatro vientos la esperanza generalizada de preservar la rara avis de la paz y de construir sobre los escombros aún humeantes de la conflagración mundial, un mundo más seguro.  Ahora que se cumplen setenta y cinco años de su fundación en pleno ojo del huracán de una pandemia que ha puesto los sistemas políticos nacionales y la urdimbre de la comunidad internacional a prueba, es momento de reflexionar acerca de los logros de la misma.

“La Historia tiene a veces crueles sarcasmos. Esta asamblea histórica, que bien pudiera ser como unas cortes constituyentes del mundo, se va a celebrar en una ciudad que fundaron los españoles y que todavía lleva hoy un nombre español intacto. Y se va a celebrar sin España. Como tal Nación y Estado, no figurará entre los países constituyentes.” Con estas palabras describía don Salvador de Madariaga el nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas en febrero de 1945, desde su destierro londinense. “España está hoy aislada en el mundo” remataba, reflexionando acerca de la posición de su patria respecto de la comunidad internacional y del acontecimiento en sí. Razón no le faltó.

En ese momento, el convulso período de diplomacia multilateral de las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial terminaba con dos meses de negociaciones en un intenso sprint final rematado con la firma en la ciudad de San Francisco de la Carta fundacional de las Naciones Unidas. Representantes llegados desde cincuenta países, en muchos de los cuales el conflicto armado continuaba, respaldaron la consolidación de un espíritu idealista de cooperación en vistas a que los horrores bélicos, descubiertos y por descubrir, no volviesen a repetirse.

Desde las iniciativas de desarme hasta la lucha activa contra el terrorismo; pasando por las operaciones de mantenimiento de la paz, el fomento activo de las nociones más básicas de igualdad y el impulso a la educación universal, la asistencia humanitaria y el reasentamiento de poblaciones migrantes y refugiadas o la lucha contra la delincuencia transnacional; constituyen algunas de las labores de la mayor organización internacional del globo, que afectan de manera más que tangible a miles de millones de personas a diario.

Es evidente que la Asamblea General debe revitalizarse. Que el Consejo de Seguridad debe reformarse. Que el Consejo Económico y Social debe revigorizarse. Que es preciso reforzar la relación entre la Asamblea General y el Consejo de Seguridad. Sin embargo, también es más que evidente que las Naciones Unidas se han erigido como baluarte de valores como el progreso y el bienestar en pos de toda la humanidad. A pesar de sus luces y sus sombras, y ante el desolador escenario con que nos presenta la pandemia, existe una necesidad acuciante de reforma interna. Los cambios en el mundo que nos rodea son el mejor testigo de esa necesidad de adaptación constante. Sirva como muestra un botón; los 50 estados que la conformaron en el momento de su fundación se han visto engrosados paulatinamente hasta alcanzar el número de 193 miembros representados en su seno actualmente.

Con esto en cuenta, pesa sobre la organización un deber de transformación en consonancia con nuevas realidades geopolíticas; no sólo como fin en sí mismo, sino también como medio para mantener una relevancia y mejorar una eficacia de la que depende el bienestar inmediato y diario de innumerables personas a lo largo y ancho del globo.

Aprovechando la conmemoración del septuagésimo quinto aniversario de su fundación, debemos sentirnos reconfortados por lo logrado, sin menosprecio de la reflexión que a ello debe acompañar. Ya sea apoyando los procesos de descolonización, proveyendo a los Estados de una plataforma de diálogo en el cénit de la Guerra Fría, coordinando esfuerzos para erradicar la pobreza extrema o atendiendo al acuciante reto climático, las Naciones Unidas se han mantenido a la vanguardia de la coordinación de los esfuerzos por tratar de legar un mundo próspero y seguro a las generaciones futuras. Debemos, pues, celebrar esta efeméride con perspectiva de futuro, comprometidos con la activa transformación de su estructura para asegurar su eficacia, su eficiencia y su pertinencia en el seno de una turbulenta aldea global en constante dinamismo.

 

Autor: Miguel García Martín

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