Hemos sido espectadores de una de las guerras más largas y crueles del siglo XXI: Casi 400.000 muertos, 6,7 millones de desplazados interno, 5,6 millones de sirios refugiados en Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto y 11 millones de personas que dependen de ayuda humanitaria.

Podría escribir largo y tendido sobre el conflicto sirio en términos geopolíticos; en sus orígenes, en consecuencias largas, dolorosas y aún por cicatrizar. Pero prefiero escrirbir sobre el maktub. Maktub es una palabra de origen árabe que siempre me ha resultado gratificante e inquietante al mismo tiempo. Significa que “estaba escrito”, que algo o alguien formará parte de nuestras vidas e historia sin que podamos siquiera evitarlo y que por mucho que intentemos cambiar las cosas, el destino nos reconducirá a lo que estaba escrito que ocurriese: a ti, a mi y a todos.

Maktub es un fenómeno incontrolable, sanador y filosofía de vida: lo que tenga que pasar pasará y de ti únicamente depende adaptarte e interpretar las situaciones y hechos, para bien y para mal. Maktub es haber conocido y escribir sobre los protagonistas de está pequeña historia y maktub es que tú les leas.

Más allá de las cifras y los escombros se esconden las personas, sus historias y sus sueños más grandes que cualquier guerra, más grandes que cualquier muro y más grande que cualquier discurso político.

Conocí a una familia de refugiados sirios, por sus ojos, podía leer lo mucho por lo que habían pasado. El padre era de pocas palabras, perdió a su hermano cuando estalló el conflicto, fue asesinado por los terroristas y encontró tirado en la calle el cuerpo sin vida de su hermano. Tiempo después su barrio fue evacuado y bombardeado, cuando volvieron su casa quedó destrozada, lo habían perdido todo y fueron al Líbano en busca de una vida mejor. La hija era quién más traumas arrastraba, su mejor amiga murió en los bombardeos, jamás lo asimiló y siempre le llamaba esperando que algún dia cogiese el teléfono. Quería estudiar Derecho, ser ser abogada y hacer justicia con su pueblo.

Perdieron contacto con muchos familiares, otros tantos murieron y unos pocos consiguieron asilo. Ellos fueron de entre los afortunados que llegaron a España, y a pesar de todo por lo que habían pasado no perdían la esperanza y se agarraban a la vida. ¿La buena noticia? El hermano mayor se reencontró por casualidad en España con su novia del Líbano, iban a casarse y la familia había recuperado la felicidad que tanto necesitaban.

También conocí a otro joven que vivía en un campo de refugiados, lleno de sueños, trabaja dia y noche para conseguir los 2.500 euros que le pedían para poder empezar una nueva vida en Alemania, donde le esperaba su hermano.

Recuerdo el día en que me contó cómo mientras trabajaba recibió la noticia de que la zona en la que vivía había sido bombardeada, en ese momento corrió hacia su casa y no encontro más que escombros y a su familia bajo ellos; su madre, su padre y su hermana. En ese momento él tan solo tenía 20 años. Ahora, con 24 años ha logrado abrir una tienda de electrónica y da clases de taekwondo a niños para cumplir sus metas.

Todas las historias tenían un denominador común: El haber perdido a un ser querido, haber huído del país por mar o tierra, lo difícil que es ser refugiado y todo lo que implicaba abandonar de esa forma su país, lo horrible que es vivir en un campo de refugiados, lo doloroso que era ser rechazado por otros árabes, lo duro que era ser tan vulnerable y el blanco fácil cuándo todo va mal y lo imposible que era tener alguien en quién confiar entre tanta crispación la desconfianza. Las mentes de los sirios estaban machacadas.

Para los niños que nacieron entre bombas.

Para quienes no han conocido otra vida más allá de los campos, el frío, el barro y las tiendas de plástico.

Para todo aquél que busque refugio.

Para quienes se sientan olvidados.

Para todo lo pasado y por pasar: Maktub.

 

Para: A., K., Y., y M.. Gracias por haberme enseñado tanto.

Autora: Asma El Kanfoudi El Boutuya

Autor de la imagen: ErikaWittlieb en Pixabay

 

 

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